Érase una noche en la que dos personas se hallaban sentadas delante de una mesa. Cada uno en lados opuestos, mirándose fijamente en los ojos. Confusos, anonadados por las letras, narrando cuentos que ninguno entendía, leyendo sus propias palabras sin comprender las consecuencias de continuar con el relato. Se trataba de la fábula de los gastos y les tenía a ellos mismos como protagonistas. Propietario e inquilino asumieron su rol en una odisea por saber qué implicaba.
Se trataba de la interpretación de un grupo de titiriteros que se sustentaba gracias a las dudas. No entendía de medias tintas, ni siquiera de aquella que discurría por encima del papel. Ellos se habían encontrado a lo largo del tiempo, tras una búsqueda eterna y se negaban a hacerse ningún daño. No darían un paso en falso, pues se habían prometido a sí mismos ser su mejor versión. Conocían que esgrimir la palabra como fin de los conflictos era lo más parecido que estarían nunca de la magia de otra época. Después de caminar en relaciones repletas de problemas que les habían provocado tantos dolores de cabeza, algo en su interior les decía que aquel ser humano de enfrente era la persona a la que debía de aparecer tras tantos intentos fallidos.
Así, atónitos ante la incertidumbre con la que se vestían sus designios, actuaron de la manera en la que únicamente las personas responsables son capaces de hacer. Cerraron los ojos y giraron lentamente el rostro hacia la derecha para preguntarle a su espejo mágico la respuesta a sus pesquisas:
Espejito, espejito, ¿qué gastos tiene que pagar el propietario y cuáles el inquilino?
Y el espejo respondió.
¿Qué respondió el espejito mágico sobre los gastos que tenían que asumir propietario e inquilino?
El espejo mágico comenzó con su show particular. Cargaba de ilusionismos el espacio para salvaguardar el misticismo de su magia. Respiró tres veces antes de responder y esgrimió para su respuesta la voz que hubiera silenciado un teatro entero sin perder la serenidad.
Propietario, inquilino, estamos aquí reunidos para uniros en un contrato de arrendamiento…
Como acostumbra a suceder en este tipo de eventos, el discurso se extendió en el tiempo. El espejo, tan pocas veces solicitado desde que Google había aparecido sobre la faz de la tierra, sabía que tenía que aprovechar sus momentos para deslumbrar a su audiencia. Sin embargo, en este artículo, con el ejercicio de dirección de las grandes películas, se ha realizado un traveling lateral hasta alcanzar el instante temporal que nos interesa de esta narración. El momento exacto en el que el susodicho comenzaba a enunciar las obligaciones en forma de gastos que tendría que asumir cada una de las partes para que su relación pudiera sustentarse en la confianza y el compromiso.
Solo entonces volvió a dirigirse al propietario y al inquilino.
Cuáles son los gastos que tiene que asumir el propietario
El espejo mágico continuaba en su entonar sin fin. Sin embargo, su voz había virado. Estaba tan lejos de resultar conciliadora que dos cuadros inertes que contemplaban el espectáculo desplazaron la mirada hacia el lado contrario. Él observó al inquilino y le dijo:
Tranquilo, hijo, no te asustes de ese papel. Son muchos los gastos que creías tener que asumir que en realidad le corresponden al propietario. Él no lo ha hecho con mala intención, sino que se encuentra tan confuso como tú.
Entonces procedió a relatarlos.
- Alta de los suministros.
- Impuesto sobre Bienes Inmuebles (IBI).
- La comunidad de vecinos.
- En caso de tener seguros de continente y contenido y seguros de mantenimiento.
- Averías, reparaciones o desperfectos superiores a 150 euros debidos al desgaste habitual o al paso del tiempo, salvo si se demostrara que el causante de tener que realizar la reparación ha sido el inquilino.
Qué gastos tiene que asumir el inquilino
Tras un par de bostezos propios de un ser de otro tiempo y lugar que estaba empleando la mayor parte de su energía de manera desinteresada para resolver cada una de las dudas que se le habían planteado en un escenario donde había sido invocado, tornó su mirada hacia el otro lado de la mesa y con una sonrisa que hubiera asustado hasta a las creaciones más diabólicas de Edgar Allan Poe, atusándose unas gafas imaginarias y entonando una voz helada, continuó:
No pensarás que te ibas a librar de toda esta sátira de gastos, ¿verdad?
El inquilino, que estaba demasiado nervioso para saber cómo tratar a un espejo al que recientemente le habían crecido ojos, pómulos y orejas, se limitó a negar con la cabeza. El silencio se hizo, la oscuridad se tornó más densa a su alrededor y unos labios diatribos continuaron:
- Renta mensual.
- Gasto de los suministros.
- Impuestos de transmisiones patrimoniales.
- Tasa de basuras.
- Gastos derivados del mantenimiento habitual de la vivienda.
- Seguro de contenido y de responsabilidad civil.
- Denuncias por conductas inapropiadas o ruidos.
- Daños causados por él o sus visitas.
- Averías o reparaciones que impliquen gastos menores a 150 euros causados por el uso habitual de la vivienda.
Y así, cuando el rostro se borró de la superficie de cristal y la luz volvió a brillar con la normalidad de una noche sin estrellas, propietario e inquilino se unieron en un abrazo y sonrieron mientras tomaban los bolígrafos de la mesa y firmaban cada una de las páginas del contrato que les esperaba.
No hay espejos que sustituyan a leer el contrato de alquiler
Antes de dejar este artículo de lado querríamos desde Globaliza recordar la importancia que tiene leer cualquier documento legal o contractual que se vaya a firmar y por el que surja un compromiso duradero a lo largo del tiempo.
Léelo con detenimiento y profundidad. Todo lo que en él se indique es importante y ante cualquier titubeo no dudes en formularle la pregunta a un profesional. Así evitarás cualquier tipo de malentendido. Ya puedes ser feliz. ¿Qué será lo próximo que le preguntarás a este espejo mágico?