¿Te acuerdas de las ocasiones en las que la prensa se ha empeñado en señalar la pasión de los jóvenes por compartir piso? O mejor, ¿recuerdas esos titulares que hablan de que los millenials odian las ataduras y que prefieren vivir libres, viajando sin parar, que comprometerse con un lugar de cara al futuro? La verdad es que estas frases te llaman muchísimo la atención de cara a pinchar y entrar (y así que se ganen un poquito de dinero por publicidad). Una pena que la realidad se encuentre tan lejos de todas estas palabras. La verdad es que a los españoles no nos gusta el alquiler, queremo vivir en propiedad.
El lastre de los precios y la única salida del alquiler
Pero claro, el verdadero problema se halla en que todos estos artículos se esfuerzan en olvidar que la generación más formada de la historia y con un mayor dominio de los idiomas no encuentra ningún lugar seguro en el movimiento laboral que parece un cínico juego de sillas en los que entrar implica un canto al cielo de confianza para descubrir cuándo vas a salir.
Los números no mienten. En España cada vez nos emancipamos más tarde. De hecho, en la actualidad estamos rondando ya los treinta años. Una de las edades más tardías de toda la Unión Europea.
Después de todo, las condiciones no nos son favorables. El 42 % de los jóvenes entre 18 y 35 años carecen de ingresos, mientras que un 20 % más no alcanza la cuantía de los 1.000 euros. Por mucho que quieran navegar los siete mares de la independencia, parece que ni siquiera nadie se empeña en invocar una suave brisa que corra al favor de sus velas.
¿Y qué tal le va la vida a los que se lanzan a la aventura de vivir su propia historia?
La verdad es que las historias que cuentan tampoco son las que pronostican un cuento de hadas, como mucho un héroe que después de esforzarse y apretar los dientes consiga triunfar a pesar de la adversidad.
Del 38 % de los jóvenes entre 18 y 35 años que viven fuera del hogar de sus padres, el 55 % es económicamente dependiente y un 33 % necesita del apoyo económico de sus padres para poder funcionar.
La conclusión de todo esto es que a los españoles no nos gusta el alquiler, pero que cuando los tiempos son convulsos cada cual se abraza al listón de madera que parece que aguantará la sacudida.